EN ACCIÓN
Ayer me dedicaba a analizar los periódicos a los cuales estoy suscrito, y lo hacía con una gran satisfacción puesto que por fin había descubierto in fraganti al vecino que religiosamente se los robaba todas las mañanas. Estaba en esos menesteres, cuando tuve una peculiar visita, oportunamente anunciada por los ladridos de mi fiel perro, Sobaco. Al responder a los toquidos en la puerta, me encontré con este visitante, hasta entonces desconocido, vestido con estrafalarias vestimentas que en ese momento juzgué dignas de un gran intelectual, sino de un borracho de primera. El buen hombre se presentó diciéndome lo siguiente:
- Tenga usted muy buenas tardes. Me presento, soy Jorge Fitzgerald y soy filósofo. En mi labor filosófica, me he dedicado durante los últimos años a recorrer a pie distintas ciudades e ir puerta a puerta conversando con la gente y aplicando un método refutatorio mediante el cual descubro el conocimiento que hay dentro de ellas mismas. ¿Desearía usted someterse durante algunos minutos a una buena conversación?
Inmediatamente pensé que esta visita, sin duda, no podía haber sido más oportuna. Durante algunos días me habían estado asolando y agobiando tremendas dudas acerca de distintas cuestiones que no había podido resolver por mi mismo y a las cuales, tal vez, no les había dedicado la atención que merecían. Así que le respondí:
- Por supuesto, tenga usted la bondad de pasar. Su visita no pudo haber sido más oportuna.
Pasó entonces el Sr. Fitzgerald a la sala de estar, tras lo cual yo descorché un buen Pinot, que sin duda es requisito para cualquier disquisición intelectual. Nos sentamos frente a frente, y mientras Fitzgerald miraba algo lánguido su copa de vino, decidí inmediatamente romper el hielo y traer a colación mis más serias dudas que, como ya mencioné, me habían provocado más de algún abatimiento.
- Don Jorge, seré claro y directo. Desde hace algún tiempo se me presentó una situación que en su momento no pude aprehender con la necesaria mesura. Es más, todavía hoy no lo he logrado, siendo que ya he dedicado un tiempo bastante considerable al desglose del asunto; tiempo que, al parecer, no ha sido el que esta cuestión necesitaba ya que no he logrado sacar absolutamente nada en limpio todavía, ganando nada más que algunas migrañas y noches insomnes. A saber, la cuestión es la siguiente: ¿Qué se debe hacer para lograr entablar una conversación con una chica que uno se encuentra por la calle, o en el transporte público, o en las salas de espera o, en fin, en cualquier contexto en que el azar haya dispuesto su aparición?
- Usted me lo pregunta asumiendo que no es cualquier chica, ¿cierto?
- Ciertamente. Esta vez me he encontrado con la más hermosa, delicada y graciosa fémina con que la probabilística pudiera bendecirme con su aparición.
- Pues bien, sólo entonces esta situación constituye un problema.
Entonces miró al techo rascándose la barbilla, muy reflexivo, y luego dijo:
- ¡Ja já! ¡Sólo entonces!
Se puso de pie y empezó a dar vueltas alrededor de la sala de estar, como si estuviera dando una disertación o algo similar. Y todo ello diciendo:
- Estimado amigo, para dilucidar esta cuestión se va a requerir de muy poco tiempo. De hecho, una aplicación rigurosa de mi método refutatorio patentado no va a ser necesaria.
- Debo decir, señor Fitzgerald, que me sorprende.
- Oh, no hay que sorprenderse en absoluto. Comprendo que quizás el que yo ocupe un tiempo significativamente menor al que usted ha prodigado en este problema le pueda hacer sentir algo desconfiado sobre sus propias facultades intelectuales, pero le aseguro que esta clase de problemas involucran ciertas variables pragmáticas que es difícil captar en poco tiempo, y cuya identificación tardó años. Así que lo que yo le voy a decir no me lo tiene que agradecer a mí, sino al Círculo de Curacautín, que fue el grupo de filósofos y monjes calvinistas que identificaron estas variables.
Y luego continuó en tono académico:
- La clave aquí, mi amigo, es que uno nunca sabe si va a resultar. Uno sabe qué se puede hacer en principio, cuales son las señales de confirmación, y qué se puede hacer para continuar la conversación hasta donde usted la quiera llevar. Pero si ella en algún momento se da cuenta de su capacidad de elección, y luego escoge no continuar las interacciones… entonces está acabado. Recuerde que usted es en límite de las libertades impuestas por el otro, el otro tiene el poder de disminuir o cerrar las posibilidades de una determinada contingencia.
Fue entonces cuando miró al retrato de Jean Paul Sartre autografiado por Albert Camus, que está justo sobre mi colección de discos de Eugène Ysaÿe.
Me di cuenta, entonces, de que había ignorado por completo las ideas sustanciales de aquel gran filósofo con estrabismo, y me di cuenta de que, muy probablemente, esta discusión se prolongaría por horas.
________________________________________
(Si quiere que la saga continúe, hágalo saber)
4 comentarios:
es por eso que la filosofía y los sentimientos son tan impredecibles, uno nunca sabe con qué se va a encontrar...
y yo prefiero un café para conversar, no tomo vino ^^
gracias por la visita, besos!
La clave, estimado, es que no hay clave. Siempre y cuando la aludida en cuestión sea original y no producto de serie. E.L --> Edición Limitada, ¿ve Ud.?
Sldos santiasquinos,
A.
Puede anotarme una cita con el Señor Fitzgerlad?
Si no se puede le rogaría continuar la saga
Podríamos proponerle cuestiones para que el buen filósofo analice en sus próximas visitas...
Cuestión de que usted saque un papelito y le diga:
- Bueno, he aquí algunos temas existenciales cuya respuesta y solución es menester tratar.
Publicar un comentario