DETENER LA RUEDA
Ayer fue el último día hábil del año, y aunque mañana sigan abiertas algunas tiendas, hoy si que es el último día que uno tiene para abastecerse. Todos corremos a última hora a hacer lo que tenemos que hacer. Como siempre. Y aunque sabemos que hacer las cosas a última hora es la peor mierda, uno excepcionalmente es previsor.
Y lo más absurdo es que lo que nos hace correr es una fiesta absurda, tan absurda como cualquier otra fiesta que se celebre como un reflejo condicionado, trátese de la navidad, las fiestas patrias, el día de todos los santos, etc. Eso está de más decirlo. De hecho, para todas estas fiestas los ciúticos de siempre aparecen reivindicando con pésimas estrategias el significado originario de tal o cual tradición. Así que ya todos deberíamos saber que la navidad es un artilugio neoliberal, al igual que la pascua del conejito o el día de los enamorados.
Pero aún así seguimos celebrando.
El caso del año nuevo es curioso porque el mercado todavía no ha inventado un símbolo que reúna a toda la gente en torno a una misma excusa para gastar dinero, o en torno a una misma forma de gastarlo. Porque tenemos viejito pascuero y la conducta de comprar regalos; conejo y huevos de chocolate que se esconden, etc. Pero el año nuevo está ahí no más, al final del calendario y cada uno hace lo que se le ocurra. Algunos los esperamos frente al televisor, otros hacen una cena familiar y otros se dan una noche con todos los excesos que puedan comprar.
En la cultura global, esta asquerosa cultura global que es la copia fracasada de aquel paraíso de serie gringa de los cincuenta sobre la clase media, no corren las ideas de Eliade; no hay espíritu de renovación colectiva ni cuestiones metafísicas. Quizás algunas personas lo tengan, pero es más una superstición egoísta que el sentirse ligado al tiempo y a una comunidad global.
Mis apreciaciones pueden ser cuestionables para algunos, pero todavía pienso que lo caracteriza al hombre-masa es el no tener ganas de observar sus propias acciones, de hacer una “observación de segundo orden” y preferir perpetuar los absurdos ciclos a los que es sometido. Vivimos en un mundo de Sísifos, al parecer, y yo no le creo a Camus cuando dice “podemos imaginar a Sísifo feliz”.
Independiente de lo que usted quiera hacer, yo nada más comento que siempre esta la opción de detener el ciclo. ¿O no? Refútenme.