sábado, febrero 09, 2008

ÚLTIMOS SÍNTOMAS

La embriaguez generalizada de principios de enero dio paso a un ascetismo forzoso, fundado en la natural extinción de los activos de mi haber. Así que ahora me veo en un escenario similar al de las vacaciones pasadas: sin plata como para entretenerme en el consumo y hacer aquellas cosas que la cultura mercantilizada de occidente dice que son normales (y casi obligatorias) en el estío.
Pero está bien; en cierta parte esto estaba planificado por mí, porque ya me estaba distrayendo mucho de las tareas propuestas para el verano. Tengo bastante que leer, dando un vistazo corto la desordenada y un poco maloliente pila que esta al lado de mi cama veo Hermenéutica del Sujeto de Foucault, El concepto de la angustia de Kierkegaard, El roto de Joaquín Edwards Bello, El fin de la infancia de Arthur C. Clark, un paper gringo sobre las leyes de la forma, un manual de economía, dos números los cuadernos de filosofía de la universidad de concepción que pedí prestados, Del sentimiento trágico de la vida de Unamuno, y varios otros que no alcanzo a distinguir. La verdad es que leo un pedazo de uno y cuando me canso paso a otro. Y así se han ido acumulando al costado de mi cama.
Además ya estoy cansado del entretenimiento “lúdico-libidinal”. El escenario apocalíptico que percibía en el post anterior fue el contexto perfecto para comenzar a leer a este señor de Michel Houllebecq, que se está haciendo tan famoso por estos días. Comencé a leer Las partículas elementales para terminar percibiendo todavía mas absurda la labor de las Ciencias Sociales; no hacen falta los textos académicos, todos ellos pueden desaparecer cuando se trata de dar diagnóstico a este mundo occidental, ya que toda la puta verdad está magníficamente ilustrada en esta novela. Pero mi renovado escepticismo en las ciencias sociales me ha costado algo cara, la verdad es que me siento casi como cuando salí de cuarto medio, en el sentido de que me irrito bastante viendo las expresiones de esta cultura occidental en la tele o en las calles, lo que me hace doler el estómago la mayor parte del día.
Hoy día salí a caminar teniendo en mente las ideas que se resumen en este párrafo del libro:

El relato de una vida humana puede ser tan largo o tan breve como uno quiera. Naturalmente se recomienda, por su extrema brevedad, la opción metafísica o trágica, que se limita al fin y al cabo a las fechas de nacimiento y muerte grabadas clásicamente en una lápida. En el caso de Martin Ceccaldi, parece oportuno invocar una dimensión histórica y social, poniendo el acento no tanto en las características personales del individuo como en la evolución de la sociedad de la cual es elemento sintomático. Arrastrados por la evolución histórica de su época y, a la vez, habiendo decidido formar parte de ella, los individuos sintomáticos llevan, por lo general, una vida simple y feliz; el relato clásico de sus vidas puede ocupar una o dos páginas. Janine Ceccaldi, por su parte, pertenecía a la desalentadora categoría de los precursores. Muy bien adaptados, por una parte, al modo de vida mayoritario de su época, intentando a la vez sobrepasarlo «por arriba» a base de preconizar nuevos comportamientos o de popularizar comportamientos todavía poco practicados, los precursores necesitan, por lo general, una descripción algo más larga, puesto que su recorrido suele ser más atormentado y confuso. Empero sólo tienen un papel de acelerador histórico -normalmente, acelerador de una descomposición histórica- y nunca pueden imprimir una nueva dirección a los acontecimientos; ese papel está reservado a los revolucionarios o a los profetas.
Me recuerda mucho un texto de Dostoievsky que junto con un compañero de la universidad, vamos a poner en nuestro proyecto de revista literaria que se ha pospuesto sucesivamente, pero que debe salir en marzo. Pero también me recuerda el documental sobre los hippies chilenos que vi después de almuerzo y antes de salir a caminar. Al parecer la tesis de Houllebecq es contraria a todas las paparruchas del discurso hippie, es decir, los hippies eran individuos sintomáticos, y para nada precursores o profetas ni mucho menos revolucionarios, como ellos se pintaban. Es más, los ideales que realmente movían a los hippies son los mismos que mueven a la sociedad neoliberal actual, es decir, el entretenimiento lúdico-libidinal, el culto a la juventud, etc. Esta tesis me parece genial. La complementaría agregando que lo que pasó con los hippies fue una ligera anomalía, en el sentido de que ellos vivían su hedonismo sin mercantilizarlo por completo, hoy en día en cambio, está por completo mercantilizado. Como dice uno de los personajes de la novela “la sociedad erótico-publicitaria en la que vivimos se empeña en organizar el deseo, en aumentar el deseo en proporciones inauditas, mientras mantiene la satisfacción en el ámbito de lo privado”. Los hippies follaban gratuitamente al aire libre. Hoy, en cambio, semejantes conductas son, de alguna manera, mercantilizadas. Hay clubes para swingers, y una Internet que te brinda material para masturbarte, pero tienes que pagar por todo eso.
En fin, esta sociedad “civilizada” es una mierda, donde todas las esferas de la vida se han mercantilizado. Es la racionalidad técnica capitalista” dirían algunos. Pero las cosas no cambiarían mucho con el comunismo. Pienso, por ejemplo, en el mal llamado “conflicto” mapuche. Definitivamente ahí el problema es epistemológico. Los mapuches tienen una concepción de lo público/privado distinta a la nuestra, las tierras solo son cuidadas como propiedad privada (a los ojos occidentales), cuando se están trabajando. Además, ellos no conciben el trabajo como nosotros. Por eso cuando queman pinos y piden tierras, no lo hacen porque sean sinvergüenzas-ladrones-terroristas, sino porque piden algo que no entendemos en nuestra concepción neoliberal de la vida. Y el comunismo tampoco lo lograría entender, porque tiene la misma visión de lo público/privado que el neoliberalismo, la misma racionalidad técnica. Así que eso del “compañero mapuche” no me lo compro.
Así que un día, hastiado por el tratamiento de los problemas de los mapuche, envíe una carta al diario que, a pesar de ser breve, salió cortada. Una sola de las tesis de mi carta se entiende; que la violencia es un síntoma y no la enfermedad que hay tratar. Pero dije muchas otras cosas más; le tiré un palo a Luchsinger porque pide que el gobierno sea prácticamente su agencia de seguridad, expliqué que la violencia es un diálogo también (como dicen: “se necesitan dos para bailar el tango”) y que lo importante es entender qué es lo que subyace a ese diálogo, es decir, todas estas paparruchas que los intelectualoides gafapastosos llamamos ontología y epistemología (claro que lo expliqué en términos simples, si hubiera escrito esas palabras, los del diario piensan que escribí garabatos).
En fin, al terminar el día solo pienso que la actitud que debemos adoptar se resume en aquella frase que se encuentra en un tema de Colectivo Etereo: “Me cago en Occidente y en la Antigua Grecia”. Ahí están los culpables. Las ideas que nos han sido impuestas han pasado a ser lo dominante y ahora somos incapaces de entender a los verdaderos dueños del circo. Me cago en toda la herencia de esta cultura occidental, no quiero ser un síntoma.

1 comentario:

Anónimo dijo...
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